
Faltaban veinte kilómetros para llegar a Venado Tuerto. Nadie podía moverse. Aún permanecían los dedos incrustados en los asientos, en las manijas de las puertas.
El miedo estaba en esos ojos atroces de la liebre, y al costado del neumático, el cuerpo de la mujer que la llevaba.
2 comentarios:
Qué final más retorcido, pero impactante. Me gustó y me sorprendió cómo se puede decir tanto en tan poco. Excelente blog.
Gracias, un abrazo, Alvaro.
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